Desde la infancia de nuestra patria, la extensión del territorio nacional se aparece como un problema. El tren y el circo, desde un imaginario anclado en tiempos más sencillos, se proyectan como entidades potencialmente capaces de llegar a todos lados. La patria fría propone el cruce de estos dos elementos, más un tercero y fundamental: el peronismo; el movimiento que logró involucrar en la política a aquellos sectores sociales que jamás habían participado de ella, ergo, el movimiento que logró llegar a todo el pueblo.
El grotesco es la estética elegida, el marco para contar la historia. En esta reactualización del género, La patria fría propone, no ya el submundo de los inmigrantes a comienzos del siglo 20, sino la marginalidad de un circo deslucido, en el que conviven a la fuerza, como una familia disfuncional, los integrantes de su troupe. Como en el circo, lo cómico y lo patético son la misma cosa. La lástima del león es más fuerte que la del domador (el público sabrá cuál de los dos le causa mayor compasión). La identidad de los personajes está sesgada por una suerte de desvío. Por un lado, la escisión entre el ser artístico y el ser no-artístico, dualidad que se cristaliza en el payaso cooperativista (preocupado por ser nombrado apropiadamente, según esté o no en función, con el nombre de pila o el artístico). Por otro lado, se expone el múltiple inconveniente de que el enano está creciendo, el lanzador de cuchillos es tuerto, el funambulista alcohólico y suicida, la futura contorsionista está embarazada, y el león cebado. Ninguno satisface la expectativa de su arte, y en ése fracaso se respira la esencia del grotesco. Y, fundamentalmente, tienen la mala fortuna de que el tren solidario de Eva Perón se detenga, simultáneamente, en el mismo pueblo que ellos. La competencia, entonces, es desleal: el tren convoca furiosamente, desde la retórica peronista que se amplifica en todo el pueblo, pero también desde un accionar concreto. Todos –o casi todos- quieren beneficiarse con lo que el tren reparte, que no son solamente objetos.
El público, aquello que se disputa, también se configura dual: mientras el público no-ficcional se ubica en la trastienda, el público ficcional queda del otro lado de la lona, en el espacio ritual donde ellos, los personajes, representan a sus personajes. El público de la ficción se construye discursivamente en la medida de su progresiva evaporación. Y está, también, el otro público, el que se agolpa alrededor de ese tren que es el peronismo.
Entre el circo y el tren La patria fría se construye como un espacio en tensión: la trastienda funciona como lugar de paso entre esos dos territorios complementarios, en el sentido de que uno se adelgaza en tanto el otro se engrosa, o, también, uno se calienta mientras el otro se enfría.
Sol Lebenfisz
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